Publicado hace 2101 días
Artículo escrito por la participante Isabel del Rosario Aguilar Aguilar en el 1º Concurso de Artículos Docentes Grupo Geard.
Este escrito busca, reflexionar sobre el papel del maestro de filosofía en la reconstrucción del imaginario social y la reconstrucción de la memoria histórica, en el contexto del post-acuerdo de paz en Colombia.
Para lograr este fin se girará en torno a: Imaginario social, la realidad de la educación filosófica en Colombia, la importancia de la formación integral del docente de filosofía y del alumno, proponiendo que estos tengan un pensamiento independiente y académico que reflexione sobre su contexto
Se tomarán los aportes de autores como Paulo Freire y Hannah Arendt, y se hará uso de: El manifiesto contra el asesinato de la filosofía en Colombia.
Con base en lo propuesto en el párrafo anterior se entenderá tejido social como:
Círculos concéntricos que representan los diferentes entornos en los que se desenvuelve la vida de un individuo en interacción con otros. En el círculo más interno se entretejen las relaciones familiares. En el círculo o entorno inmediato se entrelazan las relaciones escolares y comunitarias. Luego sigue un círculo o entorno mayor, que corresponde al entramado de las relaciones laborales. Y, en el círculo o entorno más externo, se entrecruzan las relaciones ciudadanas. La calidad del tejido social depende de factores como: los valores, las normas de convivencia, los mecanismo de comunicación, los roles y los límites. (Castro Rodríguez, 2011, págs. 140, 141)
El papel del docente de filosofía en la reconstrucción del tejido social en los post-acuerdos “Consiste en practicar una constante hermenéutica de la sospecha, es decir, desenmascarar esas prácticas sociales que determinan —anónima, pero eficazmente— la vida de las personas.” (Escudero, 2007, pág. 147)
Es decir, el docente de filosofía debe ser capaz de leer las necesidades del tejido social, hacer etnografía, y generar estrategias acordes a las necesidades, buscando perfeccionar las buenas prácticas de un determinado tejido social, y apoyarlo en su construcción o reconstrucción.
Ahora bien en el contexto de los post-acuerdos de paz se hace necesario entender que los mismos, son solo una etapa más del conflicto, como lo expone Paul Collier (2003, citado por Andrés Molano Rojas) “las consecuencias del conflicto se prolongan también más allá de su terminación, pueden incluso reproducirse y originar así nuevos conflictos” (Molano Rojas, 2009, pág. 11) Tarea poco fácil si se parte de la premisa que la paz dialogada en La Habana representaba solo una parte del problema de violencia que estigmatiza a Colombia.
El lenguaje de exclusión en que se enmarca la educación colombiana, donde la asignatura de filosofía tiene menor importancia en el currículo y formación integral de los educandos, el papel del docente de filosofía se diluye, ya que esto es un reflejo de la desestructuración del humanismo en la educación colombiana con lo cual se limita la reflexión sobre sí mismo y el otro dejando de lado la reflexión sobre la construcción de una paz duradera, de tal forma que lo expuesto en el Manifiesto contra el asesinato de la filosofía, sea una reflexión pertinente sobre la importancia de la filosofía en la estructura del tejido social:
Entre el estándar y la competencia, entre la homogeneidad técnicoempresarial y las demandas del mercado, entre el espacio estriado de la regulación económica y política conocida bajo el signo de la “calidad”, la filosofía siempre ha estado un paso más allá. (Universidad Pedagógica Nacional, 2014, pág. 01)
Se abona a esto que los post-diálogos de paz generan la necesidad de reflexionar sobre el tejido social, en un momento en el que los docentes se enfrentan a generar en sus alumnos altos logros en pruebas internacionales ya que el Ministerio de Educación Nacional, junto con el ICFES, preocupados por los puntajes de los estudiantes en estas pruebas, decidieron reducir la aplicación de la prueba de filosofía en las pruebas Saber 11° a una prueba de lectura crítica, con lo cual se le resta la importancia al diálogo argumentado.
A eso se suma la realidad filosófica latinoamericana y colombiana, las cuales tienen escaso protagonismo en las aulas de bachillerato y universidad, reflejando la escasa estimulación filosófica en nuestros pueblos, con lo que no conocemos a fondo nuestras realidades, ni la diversidad, dando poco protagonismo a la academia; quedándonos en repetir y no pensar, y lo mismo hacemos con nuestra realidad.
El problema al que se enfrenta el docente de filosofía y que debe buscar solucionar, son los niveles de comprensión lectora, de lectura crítica, además de la escasa cultura en lectura, no se sabe escuchar y no se dialoga, situación que se refleja en los alumnos, y en los docentes, así que el docente debe empezar a mejorar su propia formación integral, y luego debe propender por lograr lo mismo en sus alumnos, generando con esto tejidos sociales, que establezca una cultura de paz a largo plazo.
El cambio se dará cuando el docente de filosofía no se quede en ser un colonizado del pensamiento, sino que genere pensamiento basado en el contexto del conflicto que ha vivido nuestro país, generando un cambio en el tejido social, desde la realidad que nos ha afectado.
¿Qué pasaría, si el docente de filosofía fuera capaz de pasar al alumno que está en acto de vivir en paz, a ser esa potencia que logra alcanzarla?, ¿Cómo cambiaría nuestro país, si desde la escuela el docente de filosofía ayuda a que los alumnos sean conscientes de la realidad del país desde una visión crítica y no mediática?
Aún más, el docente de filosofía además de gestor de aprendizaje en el aula, es gestor de aprendizaje de acción en las juntas de acción comunal, en las mesas de diálogo de paz, su participación permite gestar una cultura de paz, en la política, el lenguaje, la ley y demás estructuras construyendo un país donde la inclusión social sea lo normal, en el que los procesos den respuesta a nuestra realidad, desapareciendo la exclusión social y legal, que ha afectado nuestra historia, y así el docente de filosofía sepa actuar y comprobar, como lo expone Freire, en su libro pedagogía de la autonomía:
Al comprobar, nos volvemos capaces de intervenir en la realidad, tarea incomparablemente más compleja y generadora de nuevos saberes que la de simplemente adaptarnos a ella. Es por eso que no me parece posible ni aceptable la posición ingenua o, peor, astutamente neutral de quien estudia, ya sea el físico, el biólogo, el sociólogo, el matemático, o el pensador de la educación. Nadie puede estar en el mundo, con el mundo y con los otros de manera neutral. No puedo estar en el mundo, con el mundo y con los otros de manera neutral. No puedo estar en el mundo, con las manos enguantadas, solamente comprobando. En mí la adaptación es sólo el camino para la inserción, que implica decisión, elección, intervención en la realidad. ( Freire, 1997, pág. 75)
Entendiendo lo anterior, el docente de filosofía debe saber enseñar a pensar, a comprobar, a actuar, pero para lograrlo, aplicando esto primero en sí mismo, no puede ser posible que en nuestro país de forma contrario sensu los post-acuerdos de paz no hayan sido ya objeto de estudio, de participación activa de la academia y de los docentes de filosofía, los cuales partiendo de la estructura de diálogo y debate que se aprecia en la historia de la filosofía, del aprender a respetar las diferentes posturas, y sobre todo a buscar por distintos caminos, formas de resolución de conflictos, apoyando así a la memoria histórica, y siendo actores de cambio en la estructura educativa, generando currículos que solucionen los problemas desde la realidad colombiana y no desde estamentos internacionales que si bien hoy acompañan el proceso, buscan la solución del mismo de forma estándar, pero después de que los acuerdos parezcan tomar forma, volcaran su atención a otro problema global, y quedaremos a merced de políticas que no aporten al currículo de forma eficiente.
Ahora bien para la construcción, reconstrucción o mantenimiento del tejido social, el escenario del aula es el escenario donde los docentes de filosofía pueden practicar, lo expuesto en el Manifiesto contra el asesinato de la filosofía en Colombia:
estrategias educativas que promuevan el diálogo, el perdón y la argumentación entre todos los colombianos; en suma, el respeto por la diferencia y por la diversidad. Si no apoyamos el derecho a disentir, a discutir, a proponer otros puntos de vista, si no permitimos el diálogo filosófico, ¿cómo se va a lograr la tan anhelada paz?, ¿Imposibilitando el pensamiento, el recuerdo, la crítica? ¿Qué sociedad se pretende construir sin la presencia del diálogo y la discusión filosófica que haga posible la afirmación de las diferencias implícitas en nuestros pueblos y la convivencia, y sea capaz de ayudar a comprenderlas, a respetarlas y a asimilarlas? (Universidad Pedagógica Nacional, 2014, pág. 04)
También surge otra preocupación sobre la participación del docente de filosofía en los post-acuerdos, y es: ¿Hasta dónde el docente de filosofía, va a ser un actor pensante, capaz de generar la construcción, reconstrucción o mantenimiento de un tejido social que realmente responda a las necesidades de nuestro País de cara al mundo, con actitud crítica, pensante y dialogante?
O si tomando la obra de Hanna Arendt, Eichmann en Jerusalén y aplicándola a nuestro contexto, los docentes de filosofía van a sentirse dedicados “a una histórica, grandiosa, única («una gran misión que se realiza una sola vez en dos mil años»), que, en consecuencia, constituía una pesada carga” (Arendt, 2003, pág. 66) y al ser una misión única y una pesada carga asumirla sin el uso del pensamiento, sin reflexión, y así terminar abordando el tejido social desde una visión en que retomando nuevamente a Hanna Arendt “el verdadero problema personal no fue lo que hicieron nuestros enemigos, sino lo que hicieron nuestros amigos… Yo vivía en un medio intelectual (…) y pude comprobar que la “uniformización” se convertía, por así decir, en regla entre los intelectuales” (Arendt H. , 2005, pág. 28) por eso el docente de filosofía debe entender que el problema central no es quedarse en abordar el tejido social que sufrió cambios en el conflicto con las FARC, de forma genérica, sino ir más allá, a ese tejido social que ya estaba desestructurado, en el que se debe saber cuánto se buscaba el bien común y cuánto primaba el bien propio, y que en ese entonces era la raíz del conflicto, y ante el cual en ese entonces la academia no levantó la voz, dejando que el pensamiento se uniformara, con el uniforme de la indiferencia, con lo cual no se ayudó a solucionar esa realidad de exclusión de una población carente de voz potente en el Estado, en la academia y hasta en la historia misma de nuestra Nación.
Todos los colombianos, sin importar raza, credo, estrato social, y demás conceptos con los que nos hemos rotulado, debemos reconocernos vulnerables, por una forma de violencia que no fuimos capaces de solucionar de forma rápida y efectiva, porque no tenemos la conciencia de la cantidad de tejido social que debemos reconstruir, construir y conservar; porque permitimos la uniformización del pensamiento; porque llegar a una situación donde la sociedad de forma consciente tomara protagonismo en la búsqueda de la paz nos tomó más de cincuenta años visibles en nuestra historia.
A modo de conclusión el papel del docente de filosofía en los post-acuerdos de paz, es ante todo saber si es parte de la obra de construcción de paz o si por el contrario solo será un lector competente de los post-acuerdos, ausente de las aulas por no ser competente a evaluación su asignatura; de ahí que los docentes de filosofía para ser parte activa de los post diálogos de paz, desde ya busquemos que la enseñanza de la filosofía como lo expone la Ley 115 genere:
El pleno desarrollo de la personalidad dentro de un proceso de formación integral, física, psíquica, intelectual, moral, espiritual, social, afectiva, ética, cívica y demás valores humanos; la formación en el respeto a la vida y los demás derechos humanos, a la paz, a los principios democráticos, de convivencia, pluralismo, justicia, solidaridad y equidad; el estudio y comprensión crítica de la cultura nacional y de la diversidad étnica y cultural del país; el desarrollo de la capacidad crítica, reflexiva y analítica. (Ley 115, 1994)
Entendiendo lo anterior, el papel del docente de filosofía, en el contexto de los post-diálogos de paz es el de mantener viva la importancia de su área de enseñanza, para luego ejercitar el lógos y la doxa con el fin de generar diálogo, buscando no imponer formas de pensar sobre lo que se cree es un contexto de paz; además el docente debe brindar al alumno en formación espacios académicos, para que este pueda ejercitarse por medio del debate argumentado, y pueda entender las necesidades y vivencias no solo de sus pares, sino de la sociedad por medio del dialogo, de los argumentos y del entender la circularidad de los procesos históricos, ejercicio que aunque ha demostrado no evitar la repetición de los mismos, permite herramientas para anticipar crisis y soluciones, componiendo una acción liberadora, “Nadie libera a nadie, ni nadie se libera solo. Los hombres se liberan en comunión.” (Freire, 2005, pág. 37)
Los docentes de filosofía no debemos olvidar que nuestra conducta, trabajo en el aula y fuera de ella son esenciales para aportar al tejido social, para crear nuevos imaginarios sociales, enfocados en la búsqueda de la paz y el bien común, con lo cual permitiremos a nuestros alumnos entender una de las máximas de Teodhor Adorno “actúa de tal manera que no se vuelva a repetir” (Palomar Vozmediano, 2008, pág. 191)
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