Publicado hace 2108 días
Artículo escrito por el participante Jesús Renan Moriano Basante en el 1º Concurso de Artículos Docentes Grupo Geard Colombia.
Si vamos a enseñar la verdadera paz en este mundo, y si vamos a llevar a cabo una verdadera guerra contra la guerra, vamos a tener que empezar con los niños
Mahatma Gandhi
En Colombia, varias de las problemáticas sociales, económicas, políticas o religiosas que afectan el tejido social y humano, han sido pensadas y analizadas desde el ámbito académico. En este sentido, las instituciones de educación media y superior han realizado grandes esfuerzos para promover discusiones y reflexiones en torno a temas que de un modo u otro afectan el bienestar de la sociedad colombiana.
Temas como la sexualidad, la convivencia, la discriminación, el conflicto armado, la paz y los derechos humanos, siempre han estado presentes en eventos académicos locales y nacionales.
Pensando en esta realidad, en los últimos años el Ministerio de Educación Nacional – MEN – a través de campañas y reformas educativas, ha impulsado estrategias para que los colegios y universidades generen espacios que permitan la discusión sobre temas como el proceso de paz, los acuerdos de la Habana, el posconflicto y la violación de derechos humanos, entre otros. Prueba de ello son los decretos, orientaciones, estándares, guías y textos que al respecto se han publicado desde el MEN. Vale mencionar, por ejemplo, el Programa EDUDERECHOS y la CATEDRA PARA LA PAZ que buscan impulsar desde las instituciones educativas, acciones y prácticas pedagógicas que ayuden a promover las libertades individuales, la convivencia pacífica, la dignidad humana y el respeto por la vida.
Según el MEN (2016), con el Programa EDUDERECHOS se pretende que la escuela “como institución social por excelencia en consonancia con su mandato y en relación con el ejercicio de los derechos humanos, sea realmente un escenario en el que se trascienda de la información y la transmisión de conocimientos hacia la comprensión para la acción. El reto es también que la resignificación de los contextos tenga un propósito claro de formar para transformar, que el desarrollo de competencias le permita a los niños, niñas y jóvenes formarse como sujetos activos que ejercen sus derechos, construyen y se sienten realizados con su proyecto de vida”. La escuela entonces no solo es un escenario para transmitir conocimientos, también es un espacio para construir ciudadanía y democracia, para fomentar valores básicos que estimulen la convivencia pacífica dentro y fuera de las aulas de clase.
De igual manera, con la creación de la CÁTEDRA PARA LA PAZ (2016), lo que busca el MEN es dar una posible “respuesta a las necesidades formativas de los estudiantes en el contexto del postconflicto. Dado su carácter vinculante y obligatorio dentro de la educación de los estudiantes, se concibe como un espacio propio en el que deberán confluir las distintas intenciones formativas propiciando la reflexión, el aprendizaje, el diálogo, el pensamiento crítico a partir de la implementación de mediaciones pedagógicas permitiendo que, desde las aulas escolares, se incremente una cultura de paz, basada en los requerimientos científicos de la sociedad del conocimiento, en el respeto y la exigencia de los derechos humanos, en la práctica de los deberes familiares y ciudadanos, en la disposición para la resolución pacífica, buscando la generación de prácticas y actitudes como la reconciliación y el perdón” (Pág. 8)
Sin embargo, para que ello sea posible, se hace necesario fomentar procesos de educación desde una perspectiva marcada con altos rasgos éticos y morales, es decir, procesos que ayuden a formar éticamente ciudadanos y ciudadanas responsables y cooperativos en la construcción de una sociedad que promueva la cultura de la paz, el diálogo, la reconciliación y el respeto por el otro. Ciudadanas y ciudadanos capaces de fortalecer éticamente los contextos científicos, sociales y culturales de la sociedad en la que viven. Así las cosas, la educación no puede ocurrir, no puede darse dejando de lado la dimensión ética. Hoy más que nunca, la necesitada formación de un ciudadano éticamente responsable, se constituye en una tarea educativa inaplazable para los colegios y universidades del país.
Considero que la realidad social y política que vive Colombia en la actualidad, obliga a potenciar desde la academia, actitudes y comportamientos que sean los cimientos de un cambio social responsable. En los actuales contextos educativos de Colombia, el educador, el maestro, deberá plantearse cómo educa la sensibilidad, los ojos y la mirada del educando para ver el rostro doliente de los otros, el sufrimiento de los débiles y excluidos de esta sociedad y moverle el corazón para participar de actos renovadores.
La educación ha tenido siempre la tarea de formar verdaderas personas; individuos más sensibles ante la vida, la exclusión, las desigualdades sociales, las injusticias y sufrimientos que acarrea el trato del día a día. Desde esta perspectiva, educar, como lo manifiesta Victoria Camps (1994), es: “formar el carácter, en el sentido más extenso y total del término: formar el carácter para que se cumpla un proceso de socialización imprescindible, y formarlo para promover un mundo más civilizado, crítico con los defectos del presente y comprometido con el proceso moral de las estructuras y actitudes sociales” (Pág. 24).
Nuestro sistema educativo debe pasar por transformaciones de alcances prácticos. Pienso que requerimos de una renovación de carácter educativo. Una renovación que al decir del científico Rodolfo Llinás (1996), haga posible “un nuevo ethos cultural, que supere la pobreza, violencia, injusticia, intolerancia y discriminación que mantienen a Colombia atrasada socio-económica, política y culturalmente (…) Un nuevo ethos cultural, el cual permita la maximización de las capacidades intelectuales y organizativas de los colombianos (Pág. 11).
Nuestro momento presente está pidiendo a voces una educación que oriente el sentido de la vida, que sea brújula para el enriquecimiento existencial, para la vida interior de las personas, para el cultivo de lo auténticamente humano. Y esta tarea no solo le corresponde a los docentes de Ciencias Sociales, Filosofía o Ética y Valores, considero que desde las otras áreas fundamentales como Matemáticas, Física, Biología, Lengua Castellana, entre otras, también se puede realizar aportes sustanciales para construir un proyecto de nación que deseche la violencia y la guerra, y privilegie la paz y el respeto por la vida.
Bien es sabido que esto no es tarea fácil, “la historia de los pueblos empañada por la intolerancia, la desigualdad, no se puede transformar de un día para otro, se necesita tiempo, paciencia, perseverancia, espiritual, emocional, y comprensión y persistencia política, para alcanzarlo” (Pertuz et al., 2016, Pág. 251). Pero los maestros tenemos un escenario para ir construyendo una paz duradera: la escuela. Es el lugar por excelencia que puede ser aprovechado para estos fines. Allí encontramos pequeñas comunidades de niños, niñas y jóvenes, que en muchos casos se convierte en el primer espacio de socialización, de encuentro con los otros. En tal espacio, estudiantes y maestros debemos ayudar a cimentar las bases de una sociedad más justa y más humana.
Si queremos empezar a cultivar una verdadera pedagogía de la paz, es necesario que se impulsen políticas reales de una educación en valores, en ética y en ciudadanía. Jugársela por una educación en valores es favorecer procesos de construcción social que pueden fundamentarse en una ética personal, es decir, en ciudadanas y ciudadanos dotados de unas competencias éticas; capaces de promover acciones como la comunicación, el diálogo, el respeto mutuo, la solidaridad, la participación y el compromiso. Pero todas ellas serán palabras carentes de significado, vacías de contenido y sentido, si no se las reconoce en actos, en hechos, en vivencias, que motiven a las personas a la práctica de una ética de la responsabilidad tanto individual como colectiva.
En el marco de las observaciones anteriores, hay que decir con Pertuz et al. (2016), que “en Colombia, estos derroteros conllevan construir agendas de educación para la paz, que se instalen en la convivencia familiar, en la convivencia escolar, en la interacción social de comunidades, empresas, instituciones del Estado, en los medios de comunicación; para que nada de lo relacionado con la paz, nos sea ajeno; puesto que se trata del proyecto educativo del país, para el resto del siglo XXI” (Pág. 248). En el caso colombiano requerimos de una educación sólida en la formación de ciudadanas y ciudadanos, comprometidos crítica y activamente con su época y la sociedad que estamos construyendo; una educación que permita el aprendizaje y la práctica de valores democráticos, la promoción de la solidaridad, la paz, la justicia, la responsabilidad individual y social.
Finalmente, considero que lo que hasta aquí hemos dicho no es suficiente. Para que cada uno pueda apropiarse de estos contenidos para la vida, hay que probarlos, ensayarlos, ejercitarlos, practicarlos, repetirlos, es decir, vivirlos de modo práctico en el quehacer cotidiano de la sociedad nuestra. En este sentido, las palabras de García Márquez (1996) expuestas en la Proclama “Por un país al alcance de los niños” resultan ser muy sugestivas: “creemos que las condiciones están dadas como nunca para el cambio social, y que la educación será su órgano maestro. Una educación desde la cuna hasta la tumba, inconforme y reflexiva, que nos inspire un nuevo modo de pensar y nos incite a descubrir quiénes somos en una sociedad que se quiera más a sí misma. Que aproveche al máximo nuestra creatividad inagotable y conciba una ética – y tal vez una estética – para nuestro afán desaforado y legítimo de superación personal (…) Que canalice hacia la vida la inmensa energía creadora que durante siglos hemos despilfarrado en la depredación y la violencia” (Pág. 29).
Intentar una formación ética fundada en el esfuerzo de los particulares, en sus valores específicos y en sus motivos en parte egotistas en parte altruistas, es apostar por ideales que motiven actitudes morales individuales; es construir compromisos éticos para apreciar a los otros como parte de mi mundo de la vida, para reconocerlos como valores, pero no como valores de utilidad, sino como valores en sí, como ciudadanas y ciudadanos que pueden dirigir sus vidas en forma correcta, que pueden empeñar su voluntad ética hacia el alcance de un vivir colectivo auténticamente humano sin tener que pasar por la violencia y la destrucción mutua.
Genial artículo. Muy pertinente para la labor docente. Gracias profesor Jesus